Argumentar con Dios es la respuesta normal del ser humano frente al llamado, pero él no desiste de su propósito para nuestra vid
Texto bíblico: Éxodo 3 y 4
Contexto
Moisés llevaba cuarenta años viviendo en el desierto. La vida de lujo y privilegios disfrutada en Egipto había quedado en el olvido. Ahora no era más que un simple pastor nómade, sin ambiciones ni sueños. No obstante, el Señor lo había seleccionado para que cumpliera una delicada tarea: volver a Egipto para que pidiera al hombre más poderoso de la tierra, el faraón, que dejara volver al pueblo de Israel a su tierra de origen. Para comunicarle este mensaje el Señor se le apareció en una zarza que ardía sin consumirse.
Introducción
Vivimos en el mundo de las excusas. Una excusa por lo general esconde una verdad que no queremos afrontar. De las cinco palabras que utiliza el Nuevo Testamento para referirse al pecado, la que más me llama la atención es «hamartía». Significa: fallar en ser lo que nos habría sido posible y teníamos la capacidad de ser. En la Biblia y la historia de la Iglesia encontramos decenas de ejemplos del llamado de Dios. Del mismo modo abundan las excusas que los llamados presentaron para negarse al pedido del Señor. En este sentido, Moisés no representa una excepción a lo que, por regla general, ha sido la respuesta más típica del ser humano.
1. Un llamado radical (Éxodo 2.2–9)
El llamado de Dios puede relacionarse con algunos de nuestros hechos del pasado y que, quizás, revela que él ha inquietado nuestro corazón desde hace tiempo. Moisés había intentado, con herramientas humanas, hacer justicia por un solo judío. Ahora, el Señor lo llamaba a liberar a todo un pueblo. Para lograrlo deberá renunciar a la vida cómoda y predecible que lleva en el desierto, y a su entendimiento de lo que le falta para emprender semejante tarea; para esto, deberá sumarse a la forma que tiene el Señor de llevar a cabo sus obras. Esta renuncia es esencial para responder al llamado, pues el Señor dirige solamente a aquellos que han dejado todo atrás.
2. La excusa de la insignificancia (Éxodo 3.11)
«Pero Moisés le dijo a Dios:
—¿Y quién soy yo para presentarme ante el faraón y sacar de Egipto a los israelitas?»
La respuesta instintiva del que recibe el llamado es a mirar lo que él es, para ver si está a la altura de la tarea que se le demanda. En la mayoría de los casos de la Biblia las debilidades y los fracasos de la persona relucían de tal manera que se veían como poco aptos para la misión. Aunque Moisés había pasado cuarenta años en el desierto, aún carecía de claridad sobre su identidad en Dios. En Egipto había creído que poseía sobradas aptitudes para liberar a sus hermanos. Ahora, había perdido la confianza, en parte porque había convertido el desierto, el medio para su transformación, en el fin de su existencia. Ya no le apetecía una vida de desafíos y sobresaltos.
El apóstol Pablo afirma, en 1 Corintios, que el Señor escoge lo vil y despreciado del mundo para glorificar su nombre. Es por esto que los Doce con frecuencia despertaban el desprecio de los líderes religiosos de su época, porque eran hombres sin letras ni formación.
La respuesta de Dios (Ex 3.12) revela que no es la aptitud del enviado lo que importa, sino la compañía del que envía.
3. La excusa de la incredulidad (Éxodo 3.13)
«—Supongamos que me presento ante los israelitas y les digo: “El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes.” ¿Qué les respondo si me preguntan: “¿Y cómo se llama?”»
En la primera excusa duda de su propia identidad. Ahora, duda de la de Dios; y no me extrañaría que tal carencia de claridad proviniera de su falta de comunión íntima con el Señor. Quien ha conocido a Dios en la intimidad de la comunión —porque Dios es todo para esa persona— no duda del poder y la majestad del Señor cuando él lo llama. No obstante, Moisés entendía que esta falta de conocimiento constituía un verdadero obstáculo para su misión, porque nadie puede representar a una persona que no conoce.
La respuesta de Dios está contenida en Éxodo 3.14–18. El Señor no solo revela que existe una dimensión eterna y que esta impone un límite al alcance de nuestro conocimiento de él, sino que también muestra que lo irá conociendo en la medida que caminen juntos. Le anticipa que la victoria que le concederá aunque exija trabajo, porque el faraón no querrá soltar al pueblo. La victoria, sin embargo, ya se la ha concedido. Los procesos por los que alcanzará esa victoria son apenas un detalle de la historia.
4. La excusa del rechazo (Éxodo 4.1).
«—¿Y qué hago si no me creen ni me hacen caso? ¿Qué hago si me dicen: “El Señor no se te ha aparecido”?»
Moisés no ha olvidado que, en su primer intento por ayudar a los judíos, estos le dieron la espalda. Conoce el corazón de sus hermanos y no duda de que ahora ocurrirá lo mismo. ¿Cuál es el sentido de embarcarse en una misión que no dará resultados? Pareciera que Moisés no ha registrado que Dios le ha garantizado un desenlace exitoso para la misión. Las dudas que asaltan nuestra fe por lo general las motiva precisamente este error: la incapacidad de atesorar lo que Dios ha hablado a sus hijos.
La respuesta de Dios en 4.2–9 le permite a Moisés echar mano de algunas herramientas que le darán un mayor respaldo frente al pueblo. Un líder no debe olvidar nunca, sin embargo, que la mayor autoridad en su vida procede de la intensidad de su comunión con Dios. Tiempo más adelante, cuando Moisés descendía del monte, los israelitas se llenaron de pavor porque su rostro resplandecía por haber estado en la presencia del Altísimo (Éx 33.11).
5. La excusa de la incapacidad (Éxodo 4.10).
«—Señor, yo nunca me he distinguido por mi facilidad de palabra—».
Pareciera que Moisés ignorara que habla con alguien que sí lo conoce. Se siente en la obligación de explicarle que sufre una discapacidad a la hora de hablar, como si este detalle se le hubiera escapado al Señor. La historia del pueblo de Dios abunda en personas carentes de la capacidad de llevar adelante la tarea a la que se les ha llamado. Sin duda, Moisés conocía la obra extraordinaria del Señor en Abraham y Sarah, cuya esterilidad les impedía concebir hijos. También sabría de las experiencias de Jacob y José, que arribaron a lugares de autoridad por los caminos más extraños.
La respuesta de Dios (Éx 3.11) ubica a Moisés frente al creador de todo, como lo es también de su boca, su lengua, su paladar. El Señor, soberano sobre todas las cosas, también decide mostrar su gloria a través de un hombre que no es elocuente a la hora de hablar.
6. La excusa de la lógica (Éx 4.13)
«—Señor —insistió Moisés—, te ruego que envíes a alguna otra persona».
Cuando Moisés acaba de enumerar sus propias dudas sale a la luz el verdadero problema: sencillamente no quiere ir. No quiere dejar el lugar ni la vida donde está. Todas sus excusas no eran más que una cortina para «esconder» esta realidad que no quería afrontar. Su último pretexto se basa en la lógica y la razón. «La verdad, ¡hay gente mejor que yo, más santa, más preparada, más capacitada, menos pecadora, con más fe, con más experiencia!» El Señor, sin embargo, no escoge según nuestros criterios de quién es apropiado, sino los de él. En el fondo, es precisamente la debilidad del siervo la que permite que el poder de Dios se manifieste en toda su gloria.
Con su respuesta Dios (Éx 4.14) deja en claro que su paciencia tiene un límite. Nuestras interminables excusas pueden encender su ira.
Conclusión
La voluntad de Dios prevaleció y Moisés terminó representando los intereses del Creador del universo ante el faraón. Recorrió un camino con muchas luchas, pero fue testigo de una de las más asombrosas victorias operadas por el Señor en favor de su pueblo. Al final, porque se animó a creer al Señor, se convirtió en uno de los profetas más distinguidos de la historia de Israel.
Fuente: desarrollocristiano.com
Texto bíblico: Éxodo 3 y 4
Contexto
Moisés llevaba cuarenta años viviendo en el desierto. La vida de lujo y privilegios disfrutada en Egipto había quedado en el olvido. Ahora no era más que un simple pastor nómade, sin ambiciones ni sueños. No obstante, el Señor lo había seleccionado para que cumpliera una delicada tarea: volver a Egipto para que pidiera al hombre más poderoso de la tierra, el faraón, que dejara volver al pueblo de Israel a su tierra de origen. Para comunicarle este mensaje el Señor se le apareció en una zarza que ardía sin consumirse.
Introducción
Vivimos en el mundo de las excusas. Una excusa por lo general esconde una verdad que no queremos afrontar. De las cinco palabras que utiliza el Nuevo Testamento para referirse al pecado, la que más me llama la atención es «hamartía». Significa: fallar en ser lo que nos habría sido posible y teníamos la capacidad de ser. En la Biblia y la historia de la Iglesia encontramos decenas de ejemplos del llamado de Dios. Del mismo modo abundan las excusas que los llamados presentaron para negarse al pedido del Señor. En este sentido, Moisés no representa una excepción a lo que, por regla general, ha sido la respuesta más típica del ser humano.
1. Un llamado radical (Éxodo 2.2–9)
El llamado de Dios puede relacionarse con algunos de nuestros hechos del pasado y que, quizás, revela que él ha inquietado nuestro corazón desde hace tiempo. Moisés había intentado, con herramientas humanas, hacer justicia por un solo judío. Ahora, el Señor lo llamaba a liberar a todo un pueblo. Para lograrlo deberá renunciar a la vida cómoda y predecible que lleva en el desierto, y a su entendimiento de lo que le falta para emprender semejante tarea; para esto, deberá sumarse a la forma que tiene el Señor de llevar a cabo sus obras. Esta renuncia es esencial para responder al llamado, pues el Señor dirige solamente a aquellos que han dejado todo atrás.
2. La excusa de la insignificancia (Éxodo 3.11)
«Pero Moisés le dijo a Dios:
—¿Y quién soy yo para presentarme ante el faraón y sacar de Egipto a los israelitas?»
La respuesta instintiva del que recibe el llamado es a mirar lo que él es, para ver si está a la altura de la tarea que se le demanda. En la mayoría de los casos de la Biblia las debilidades y los fracasos de la persona relucían de tal manera que se veían como poco aptos para la misión. Aunque Moisés había pasado cuarenta años en el desierto, aún carecía de claridad sobre su identidad en Dios. En Egipto había creído que poseía sobradas aptitudes para liberar a sus hermanos. Ahora, había perdido la confianza, en parte porque había convertido el desierto, el medio para su transformación, en el fin de su existencia. Ya no le apetecía una vida de desafíos y sobresaltos.
El apóstol Pablo afirma, en 1 Corintios, que el Señor escoge lo vil y despreciado del mundo para glorificar su nombre. Es por esto que los Doce con frecuencia despertaban el desprecio de los líderes religiosos de su época, porque eran hombres sin letras ni formación.
La respuesta de Dios (Ex 3.12) revela que no es la aptitud del enviado lo que importa, sino la compañía del que envía.
3. La excusa de la incredulidad (Éxodo 3.13)
«—Supongamos que me presento ante los israelitas y les digo: “El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes.” ¿Qué les respondo si me preguntan: “¿Y cómo se llama?”»
En la primera excusa duda de su propia identidad. Ahora, duda de la de Dios; y no me extrañaría que tal carencia de claridad proviniera de su falta de comunión íntima con el Señor. Quien ha conocido a Dios en la intimidad de la comunión —porque Dios es todo para esa persona— no duda del poder y la majestad del Señor cuando él lo llama. No obstante, Moisés entendía que esta falta de conocimiento constituía un verdadero obstáculo para su misión, porque nadie puede representar a una persona que no conoce.
La respuesta de Dios está contenida en Éxodo 3.14–18. El Señor no solo revela que existe una dimensión eterna y que esta impone un límite al alcance de nuestro conocimiento de él, sino que también muestra que lo irá conociendo en la medida que caminen juntos. Le anticipa que la victoria que le concederá aunque exija trabajo, porque el faraón no querrá soltar al pueblo. La victoria, sin embargo, ya se la ha concedido. Los procesos por los que alcanzará esa victoria son apenas un detalle de la historia.
4. La excusa del rechazo (Éxodo 4.1).
«—¿Y qué hago si no me creen ni me hacen caso? ¿Qué hago si me dicen: “El Señor no se te ha aparecido”?»
Moisés no ha olvidado que, en su primer intento por ayudar a los judíos, estos le dieron la espalda. Conoce el corazón de sus hermanos y no duda de que ahora ocurrirá lo mismo. ¿Cuál es el sentido de embarcarse en una misión que no dará resultados? Pareciera que Moisés no ha registrado que Dios le ha garantizado un desenlace exitoso para la misión. Las dudas que asaltan nuestra fe por lo general las motiva precisamente este error: la incapacidad de atesorar lo que Dios ha hablado a sus hijos.
La respuesta de Dios en 4.2–9 le permite a Moisés echar mano de algunas herramientas que le darán un mayor respaldo frente al pueblo. Un líder no debe olvidar nunca, sin embargo, que la mayor autoridad en su vida procede de la intensidad de su comunión con Dios. Tiempo más adelante, cuando Moisés descendía del monte, los israelitas se llenaron de pavor porque su rostro resplandecía por haber estado en la presencia del Altísimo (Éx 33.11).
5. La excusa de la incapacidad (Éxodo 4.10).
«—Señor, yo nunca me he distinguido por mi facilidad de palabra—».
Pareciera que Moisés ignorara que habla con alguien que sí lo conoce. Se siente en la obligación de explicarle que sufre una discapacidad a la hora de hablar, como si este detalle se le hubiera escapado al Señor. La historia del pueblo de Dios abunda en personas carentes de la capacidad de llevar adelante la tarea a la que se les ha llamado. Sin duda, Moisés conocía la obra extraordinaria del Señor en Abraham y Sarah, cuya esterilidad les impedía concebir hijos. También sabría de las experiencias de Jacob y José, que arribaron a lugares de autoridad por los caminos más extraños.
La respuesta de Dios (Éx 3.11) ubica a Moisés frente al creador de todo, como lo es también de su boca, su lengua, su paladar. El Señor, soberano sobre todas las cosas, también decide mostrar su gloria a través de un hombre que no es elocuente a la hora de hablar.
6. La excusa de la lógica (Éx 4.13)
«—Señor —insistió Moisés—, te ruego que envíes a alguna otra persona».
Cuando Moisés acaba de enumerar sus propias dudas sale a la luz el verdadero problema: sencillamente no quiere ir. No quiere dejar el lugar ni la vida donde está. Todas sus excusas no eran más que una cortina para «esconder» esta realidad que no quería afrontar. Su último pretexto se basa en la lógica y la razón. «La verdad, ¡hay gente mejor que yo, más santa, más preparada, más capacitada, menos pecadora, con más fe, con más experiencia!» El Señor, sin embargo, no escoge según nuestros criterios de quién es apropiado, sino los de él. En el fondo, es precisamente la debilidad del siervo la que permite que el poder de Dios se manifieste en toda su gloria.
Con su respuesta Dios (Éx 4.14) deja en claro que su paciencia tiene un límite. Nuestras interminables excusas pueden encender su ira.
Conclusión
La voluntad de Dios prevaleció y Moisés terminó representando los intereses del Creador del universo ante el faraón. Recorrió un camino con muchas luchas, pero fue testigo de una de las más asombrosas victorias operadas por el Señor en favor de su pueblo. Al final, porque se animó a creer al Señor, se convirtió en uno de los profetas más distinguidos de la historia de Israel.
Fuente: desarrollocristiano.com
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